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La imaginación fantástica

por George MacDonald
Original: "The Fantastic Imagination" (textos en Gutenberg, en The Golden Key)
Traducción: Diego Seguí (Hláford) - Octubre 2006

Este ensayo de George MacDonald se publicó por primera vez como prólogo para una colección americana de sus cuentos de hadas breves, y se recogió más tarde en la recopilación A Dish of Orts (1893). Una lectura atenta de éste y del ensayo de Tolkien "Sobre los cuentos de hadas" (en Árbol y Hoja, y en Los Monstruos y los Críticos) revela afinidades y diferencias (incluso en cuestiones de detalle) que nos obligan a suponer algún grado de parentesco entre ambos; sin embargo, no hallamos referencias a él en los varios autores que han estudiado aquella "poética" de J.R.R.T. Dado que no conocemos traducción castellana del ensayo de MacDonald (y si la hay no resulta fácil de hallar), ofrecemos aquí una versión para uso del estudiante.

LA IMAGINACIÓN FANTÁSTICA
de George MacDonald

El hecho de que nuestra lengua inglesa carezca de un equivalente del alemán Maehrchen nos ha llevado a usar en su lugar "cuento de hadas" [fairytale], sin importar que en el cuento no intervengan hadas de ningún tipo. Sin embargo, bien podría traerse a colación el antiguo uso de la palabra Fairy, al menos en Spenser, si en verdad hiciese falta una justificación o una excusa allí donde la necesidad obliga.

Si me preguntáis "¿Qué es un cuento de hadas?" yo responderé: "Leed Undine: eso es un cuento de hadas. Luego leed esto, y también aquello otro, y veréis lo que es un cuento de hadas". Si más tarde alguien me rogara que describiese el cuento de hadas, o que lo definiese, respondería que lo mismo podría tratar de describir el rostro humano en abstracto, o delimitar en qué consiste un ser humano. Un cuento de hadas es simplemente un cuento de hadas, lo mismo que un rostro es simplemente un rostro; y de todos los cuentos de hadas que conozco creo que Undine es el más hermoso.

Muchos hombres, empero, a quienes no les pasaría por la cabeza tratar de definir a un hombre, se atreverían a decir algo sobre lo que un hombre debería ser: pero aquí ni siquiera intentaré hacer eso con respecto al cuento de hadas, porque mis ya pretéritas obras de ese tipo no serían más que una pobre ilustración de lo que me dicta mi juicio, ahora más maduro. Sólo diré algunas cosas que podrían ayudar a leer, con la disposición mental adecuada, cuentos de hadas tales como los que me gustaría poder escribir, o como los que preferiría leer.

Hay ciertos pensadores que sentirían gravemente impedidos si sólo pudiesen usar libremente aquellas formas que existen en la naturaleza, o si no se les permitiese inventar nada que no esté de acuerdo con las leyes del mundo de los sentidos; pero no por ello debe imaginarse que desean escapar de las regiones de la ley. Nada que carezca de ley puede dar la menor razón de su existencia, ni puede llegar a exhibir más que una apariencia de vida.

El mundo natural tiene sus leyes y, así como ningún hombre debe interferir en ellas con su accionar, tampoco debe hacerlo al momento de presentarlas; pero ellas mismas pueden sugerir leyes de otro tipo, y el hombre, si lo desea, puede inventar un pequeño mundo propio, con sus leyes particulares; porque en ese hombre existe el deseo de invocar formas nuevas, y eso es, quizás, lo más cerca que puede llegar de la creación. Cuando estas formas son materializaciones nuevas de antiguas verdades, las llamamos productos de la Imaginación; cuando son meros inventos, por bellos que sean, yo las llamaría obra de la Fantasía [Fancy]: la Ley, en uno y otro caso, no ha dejado de intervenir.

Una vez inventado su mundo, la siguiente ley suprema que entra en juego es que debe haber armonía entre las leyes por las que ese nuevo mundo ha comenzado a existir; y en el proceso de la creación el inventor debe atenerse a esas leyes. Cuando olvida alguna de ellas, hace que su mundo resulte increíble sobre la base de sus propios postulados. Para ser capaces de vivir, aunque sea un momento, en un mundo imaginario, debemos hacer que se obedezcan las leyes de su existencia. Una vez que se violan, caemos fuera de él. Entonces deja de actuar nuestra imaginación, aquella que es esencial poner en funcionamiento para someternos, al menos por un instante, a la imaginación de otros. Supongamos que las graciosas criaturas de alguna región infantil de la Tierra de las Hadas ¡comienzan a hablar con acento cockney o gascón! ¿No descendería ese cuento, por bien que hubiese comenzado, al nivel de lo Burlesco, la menos digna de todas las formas literarias? Las invenciones de un hombre pueden ser estúpidas o inteligentes, pero si ese hombre no se atiene a sus leyes, o si hace que una ley entre en pugna con otra, se contradice como inventor, y deja de ser un artista. No combina correctamente sus instrumentos, o los afina en tonalidades diferentes. La mente del hombre es un producto de la Ley viva; piensa según la ley, habita en medio de la ley, crece a partir de la ley; por lo tanto, sólo con la ley puede aspirar a trabajar con algún resultado. A todo hombre se le ocurrirán ideas faltas de armonía o desconcertadas; pero si trata de utilizarlas su obra se volverá sosa, y él la dejará de lado por falta de interés. La ley es el único suelo en que puede crecer la belleza; la belleza es el único material con que puede vestirse la Verdad; y, si así lo deseáis, podéis llamar Imaginación al sastre que corta las piezas del tamaño justo, y Fantasía al empleado que las cose, o que al menos borda los ojales. Al obedecer la ley, el artífice obra como su creador; al no hacerlo, es un necio que amontona piedras y dice que ha construido una iglesia.

En el mundo de la moral las cosas son diferentes: allí, un hombre puede revestirse de formas nuevas, y emplear libremente en esto su imaginación, pero no debe inventar nada. Por ningún motivo puede invertir sus leyes. No debe inmiscuirse en las relaciones de las almas vivientes. Las leyes del espíritu del hombre deben mantenerse, en este mundo o en cualquier otro mundo que invente. No sería ofensivo imaginar un mundo en que todos los objetos repelieran las cosas que los rodean, en lugar de atraerlas; sí sería malvado escribir una historia que llamase bueno a un hombre que todo el tiempo estuviese obrando el mal, o que llamase malo a un hombre que no hace más que buenas acciones: la idea misma de esto carece de ley. En las cuestiones físicas, el hombre puede inventar; en las morales, debe obedecer, y llevar consigo esas leyes también al mundo que ha inventado.

"Usted escribe como si los cuentos de hadas fuesen importantes: ¿deben tener algún significado?"

No pueden evitar tener significado; si tienen proporción y armonía tienen vitalidad, y la vitalidad es verdad. En ellos, la belleza puede ser más sencilla que la verdad, pero sin la verdad no podría haber belleza, y el cuento de hadas no provocaría ningún placer. Sin embargo, cada uno de los que sientan el relato leerá su significado según su propia naturaleza y desarrollo: este hombre percibirá en él un sentido, aquél percibirá otro.

"Si esto es así, ¿cómo puedo tener la seguridad de que no estoy poniendo mi propio sentido en el relato, en vez de extraer de él el que usted le ha dado?"

¿Y para qué desea esa seguridad? Quizás sea mejor que usted ponga su propio sentido en él. Quizás ése sea un ejercicio del intelecto más elevado que la mera acción de sacar mi sentido del relato: quizás el sentido que usted pone sea superior al mío.

"Supóngase que mi hijo me pregunta qué significa el cuento de hadas, ¿qué debo decirle?"

Si usted no sabe qué significa la historia, lo más fácil es decirle que no lo sabe. Si ha visto en ella algún sentido, pues ahí tiene algo para decirle. Una obra de arte genuina debe significar muchas cosas; mientras más auténtico sea el arte con que está hecha, más cosas significará. Si un dibujo mío, por otra parte, está tan lejos de ser una obra de arte que es necesario escribir debajo "ESTO ES UN CABALLO", ¿qué importa que ni usted ni su hijo puedan darse cuenta de lo que significa? Está ahí, no tanto para transmitir un sentido como para despertarlo. Si ni siquiera despierta el interés, mejor déjela de lado. Tal vez haya allí un significado que no sea para usted. Otra vez: si usted no puede reconocer un caballo cuando lo ve, de nada le servirá que yo coloque el nombre debajo. En todo caso, el trabajo del pintor no es enseñar zoología.

Pero en realidad no es probable que sus hijos le pregunten qué significa la historia. Ellos encuentran lo que son capaces de encontrar, y darles más ya sería demasiado. Yo, por mi parte, no escribo para los niños, sino para los de mente de niño, sea que tengan cinco, cincuenta o setenta y cinco años.

Un cuento de hadas no es una alegoría. Puede haber alegoría en él, pero no es una alegoría. Ha de ser un artista muy bueno el que sea capaz de producir, por el medio que fuere, una alegoría en sentido estricto que no resulte una carga para el espíritu. Toda alegoría será o una Obra Maestra o un Pantano.

Un cuento de hadas, como una mariposa o una abeja, se alimenta en cualquier sitio, liba en todas las flores sanas sin arruinar ninguna. El verdadero cuento de hadas, a mi entender, es muy parecido a la sonata. Todos sabemos que una sonata significa algo; y existe la facultad de hablar con la vaguedad adecuada, eligiendo metáforas suficientemente amplias, en la interpretación de una sonata, y a partir de allí tenemos conciencia de una comunidad de sentimientos que, más o menos, llega a satisfacer. Pero si dos o tres hombres se toman el trabajo de escribir lo que esa sonata significa para ellos, ¿cuánto los veríamos aproximarse a la idea definida? Muy poco; y ese poco ya sería más de lo necesario. Hallaríamos que la sonata ha suscitado sentimientos emparentados, si no idénticos, pero probablemente ningún pensamiento en común. ¿Ha fracasado entonces la sonata? ¿Se había propuesto transmitir algo definido, deberíamos esperar que impartiese algo intelectualmente reconocible?

"Pero las palabras no son música; ¡las palabras, al menos, están hechas y son adecuadas para contener un significado preciso!"

¡Muy pocas veces tienen el significado preciso que quien las pronuncia ha querido darles! Y, si pueden usarse para transmitir significados precisos, ello no implica que nunca puedan hacer otra cosa. Las palabras son cosas vivas, que pueden emplearse de modos diversos para diversos fines. Pueden contener un hecho científico, o arrojar en el corazón de una madre una sombra de los sueños de su hijo. Son cosas que podemos acomodar como las piezas de un mapa partido en pedazos, o disponer como las notas de un pentagrama. ¿La música que hay en ellas no cuenta? Difícilmente pueda ayudar a definir su significado; ¿debemos despreciarla por ello? Las palabras tienen longitud, anchura, y una silueta: ¿y nada de profundidad? ¿Siempre deben describir, y nunca impresionar? ¿Sólo lo definido tiene derecho a usarlas? Las razones de las lágrimas de un niño pueden ser completamente indefinidas: ¿quiere decir eso que la madre no tiene nigún antídoto para esa vaga tristeza? Aquello que no tiene un perfil definido bien puede tener su fuerza en el color. Un cuento de hadas, una sonata, una tormenta en ciernes, una noche infinita... todas estas cosas nos atrapan y transportan; ¿nos resistimos a ello, preguntando qué poder tienen sobre nosotros, y a dónde nos llevan? La ley de cada una de ellas está en la mente de su compositor; esa ley hará que este hombre se sienta de un modo, y aquél de otro. Para uno, la sonata será un mundo de aromas y belleza, y para otro sólo de tranquilidad y dulzura. Para uno, el encuentro de las nubes es una danza salvaje, una marcha majestuosa de huestes celestiales, en cuyo centro está la Verdad, dirigiendo su curso, pero sin liberar todavía su voz. Las mayores fuerzas están siempre en la región de lo que no comprendemos.

Iré un poco más allá. Lo mejor que podemos hacer por el prójimo, luego de despertar su conciencia, no es darle cosas para pensar, sino despertar las cosas que ya están en él; digamos, hacer que piense las cosas por sí mismo. Lo mejor que la Naturaleza hace por nosotros es provocarnos aquellos estados de ánimo en que surgen los pensamientos más elevados. ¿Hay algún aspecto de la Naturaleza que despierte un solo pensamiento? ¿Nos sugiere ella acaso una sola cosa bien definida? ¿Hace que dos hombres, en el mismo sitio y en el mismo momento, piensen lo mismo? ¿Fracasa al no ser definida? ¿No significa nada el que despierte en nosotros algo más profundo que la comprensión: el poder que subyace en los pensamientos? ¿No es ella quien pone en marcha el sentimiento, y por lo tanto el pensamiento? ¿Sería mejor que lo hiciera de un solo modo, y no de muchos modos distintos? La Naturaleza engendra los estados de ánimo y provoca el pensamiento: lo mismo debería hacer la sonata, lo mismo debería hacer el cuento de hadas.

"¡Pero entonces un hombre puede imaginar en esta obra de usted lo que se le antoje, lo que usted nunca quiso decir!"

No "lo que se le antoje", sino "aquello de lo que es capaz". Si no es un hombre auténtico, puede extraer el mal incluso de lo mejor; ¡no debemos preocuparnos de cómo trata una obra de arte! Si es un hombre auténtico, imaginará cosas auténticas; ¿qué importa, entonces, si yo quise darlas a entender o no? ¡Están allí aunque yo no pueda decir que las he puesto allí! Una diferencia entre la obra de Dios y la del hombre es que, mientras que la obra de Dios no puede dar a entender más que lo que Él quiso decir, la del hombre debe significar más que lo que él quiso decir. Porque en todo lo que Dios ha hecho hay capas y más capas de sentido ascendente: además, expresa el mismo pensamiento en modos de pensar cada vez más elevados. Un hombre debe usar las cosas de Dios, Sus pensamientos hechos cuerpo, modificadas y adaptadas para sus propios propósitos; por lo tanto, no puede evitar que sus palabras y sus formas se ajusten en la mente de otros a combinaciones que él mismo no había previsto: tantos son los pensamientos que invocan todos los demás pensamientos, tantas las relaciones involucradas en cada forma, tantos los hechos a que cada símbolo alude. Bien podría un hombre descubrir la verdad en aquello que ha escrito; porque todo el tiempo había estado trabajando con cosas que provenían de pensamientos que lo sobrepasaban.

"Pero seguramente no se negará usted a explicar su idea a quien se lo preguntara, ¿no?"

Repito: si no puedo dibujar un caballo, no escribiré "ESTO ES UN CABALLO" bajo aquello de lo que, en mi necedad, quise hacer uno. Cualquier clave para entender una obra de la imaginación sería tan absurda como eso, o casi. El cuento no está para ocultar sino para mostrar: si no muestra nada ante vuestras ventanas, no le abráis la puerta; dejadlo en el frío de fuera. Pedirme que explique es lo mismo que decirme: "¡Rosas! ¡Hiérvalas, o no se las recibiremos!" Mis cuentos no serán rosas, pero no tengo intención de hervirlos.

Mientras mi perro conserve su capacidad de ladrar, no tengo intención de ponerme a ladrar por él.

Si un escritor tiene como objeto convencer por medio de la lógica, no debe ahorrarse ningún esfuerzo para darse a entender, y más que eso, debe hacer lo posible para evitar que se lo malinterprete; cuando su objetivo es conmover por medio de la sugerencia, incitar la imaginación, entonces debe asaltar el alma del lector como el viento asalta un arpa eolia. Si hay alguna música en mi lector, yo quisiera poder despertarla. Que mis cuentos de hadas sean una luciérnaga, que ahora brilla, ahora se apaga, ahora vuelve a brillar. Si la atrapa una mano que no ama a esa especie de seres, aquélla se convertirá en una cosa insignificante, detestable, que no puede brillar ni volar.

Creo que lo mejor que podemos hacer con la música es no ejercer sobre ella las fuerzas de nuestro intelecto, sino quedarnos en silencio y dejar que haga su tarea sobre aquella parte de nosotros para la que ha sido hecha. Con nuestra codicia intelectual arruinamos un sinnúmero de cosas preciosas. Aquel que quiera ser un hombre, y no un niño, no podrá evitar convertirse en un hombre pequeño, es decir, un enano. Sin embargo, no le hará falta consuelo, porque seguramente pensará que es en verdad una criatura inmensa.

Si alguno de los matices de mi "música quebrada" hace brillar los ojos de un niño, o empaña por un momento los de su madre, mis esfuerzos no habrán sido en vano.

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